miércoles, 3 de septiembre de 2008

Crítica de Javier Alfonso en Búsqueda


"Obscena", de Gabriel Calderón, en el Espacio Palermo

Ese fuerte viento que sopla

Los espectadores ingresan en grupos pequeños. Linterna en mano, los acompaña un acomodador a través de la oscuridad hasta la grada de tablones, frente al escenario. Estamos en el Espacio Palermo, un galpón reconstruido a nuevo donde hasta hace dos años había un taller mecánico, en la cima principal de la calle Isla de Flores, entre sus dos repechos. Desde el año pasado funciona allí el Instituto de Actuación de Montevideo. El frío del lugar ha cobrado fama en tiendas teatrales, y no es leyenda. Es una verdadera heladera. Pero esta vez la platea recibe un cálido abrigo de la producción.
Es casi un lugar común hablar de experimentación e innovación en un espectáculo dirigido por Gabriel Calderón. Pero por más que suene reiterativo, estas dos cualidades tienen cero falta en sus producciones. Desde las pretéritas "Taurus" y "Las buenas muertes" hasta la demencia de dirigir 40 actores en "Antes/después", su obra se traduce una continua búsqueda visual, textual, espacial y sobre todo conceptual. En el acierto o en el error, en el disfrute o el rechazo, ya sea superficial o profundo, es una constante en su obra la creatividad y la preocupación por entretener al espectador, siempre entendido como protagonista.
Durante los 70 minutos que dura Obscena, el público oficia de iluminador del espectáculo, sufre una breve inversión de roles donde pasa de observador a observado durante unos segundos, es objeto de un discurso del director, debe tomar la decisión de acceder o no al inusual pedido de no aplaudir al final de la función, y sobre el final es invitado a dialogar con los actores, cara a cara sobre lo que acaba de ver. Esta decisión refuerza el concepto cada vez más vigente entre los creadores teatrales de que es el espectador quien cierra el círculo creativo a través de la interpretación. Una risa inesperada puede provocar que el director enfatice el tono humorístico en ese pasaje o le quite esa carga jocosa para evitar la reacción no deseada. Así, una pieza nunca es igual en el estreno que cuando baja de cartel.
Obscena es el primer trabajo profesional de la última generación egresada del IAM, integrada por 16 actrices y actores en su mayoría menores de 25 años. Como es habitual, el instituto dirigido por Gabriela Iribarren, María Mendive y Marisa Bentancur le encargó la dirección del espectáculo a un realizador consagrado en el medio local. Antes fueron Jorge Denevi, María Dodera, Imilce Viñas; esta vez es Calderón, quien tal cual lo hizo Sergio Blanco en Córdoba (Argentina) el año pasado, propuso un proceso de vampirización teatral con tres dramaturgos emergentes locales: Santiago Sanguinetti, Florencia Lagisquet y Alejandro Gayvoronsky (autor de "Santa familia" y "Bu, nadie tiene miedo") escribieron un relato cada uno, a partir de la consigna de la obscenidad aplicada al teatro.
Calderón alude a "lo obsceno" como "lo que queda fuera de la escena", lo que hoy no se muestra. Entonces el desnudo naïf, moneda corriente en cualquier quiosco o programa televiso deja lugar a la violencia doméstica e ideológica, el hostigamiento clasista, el racismo, la discriminación racial y la frivolidad como fin en sí mismo.
Calderón relacionó las historias y moldeó una puesta en escena simultánea donde las tres historias transcurren en el mismo espacio pero en diferentes épocas. Una historia violenta sucedida en el año 1978 (escrita por Gayvoronsky), en el marco de la dictadura, se transforma en una obra de teatro (por Lagisquet) bastante escatológica que se intenta montar en 1988, y que termina siendo el guión de una película soft porno rodada en 1998 (por Sanguinetti). Una historia doméstica ocurrida durante dictadura inspira primero una puesta en escena pretenciosa que al fracasar termina en un patético guión cinematográfico de clase z. De esta manera, Obscena parece denunciar cierta frivolidad, trivialización de los discursos y pérdida de compromiso en el arte contemporáneo. El aplauso aquí se vuelve obsceno. No hay nada que aplaudir, y esa imposición se vuelve extremadamente violenta para el espectador, que reprime su mayor vía de expresión dentro de una sala. No está obligado, claro.
Un elenco numeroso es naturalmente desparejo. Pero quien vea Obscena podrá anotar tres o cuatro nombres, como Victoria Pereyra, Verónica Dobrich o Lucía Tabárez. Estas tres actrices se merecen un aplauso que viole la veda de palmas. El texto es pragmático, seco, contundente. No sobra nada. Su síntesis lo asemeja a un guión cinematográfico, mucho más cercano a Jarmusch que a Tarantino, lo cual en este caso es una virtud. La puesta regala escenas memorables, como la de la agonía de Dahiana y deja espacio para la comedia, como la del rodaje fallido por ausencia de vigor o la imposible representación teatral de un acto sexual.
Las tres historias se superponen en un mismo decorado, lo cual exige un constante desdoblamiento e imprime a la pieza una intensidad dramática inusitada y ritmo vertiginoso. El mobiliario y la utilería son comodines que pasan de un episodio al otro como si allí se hubiera abierto un umbral interdimensional de banda ancha. Además, una gran pantalla complementa la narración con videos grabados y transmitidos en vivo desde el propio escenario. Sin embargo, esta riqueza visual se satura en el desenlace a grito pelado, que resulta abrumador. El caos impide la cabal comprensión de los parlamentos y allí queda la escena como si hubiera sido azotada por un tornado.
Obscena es un tormenta que sacude el galpón de Palermo y resiente sus estructuras. Pero el teatro queda en pie.

Javier Alfonso
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Javier Alfonso
Semanario Búsqueda (Cultura)

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